Estoy dentro de una densa niebla, soy parte de ella, solo diviso un río y en el un reflejo, el reflejo de tu rostro, aquel que me llega solo en sueños, aquel que solo hago real cuando escribo de ti y allí en el agua estabas materializada solo para mi, por primera vez.
Como no tenía sensaciones corpóreas y por lo tanto estaba desprovisto de miedo, me abalance sobre el agua, a ver sí en sus entrañas estabas tu y de repente aparecí volando sobre un valle verde, mi velocidad era normal, no sentía ni frío ni calor, solo la sensación de que agarraba tu mano, esa si la sentía, era una sensación de seguridad, que me hacia recordar el flujo de la sangre a través de mis venas. Sin mas miramientos empecé a señalarte mi valle, aquel que describían como la odalisca a los pies del sultán enamorado, la eterna primavera, la ciudad de los techos rojos y allí en la ciudad de mi infancia, te lleve a mis sitios mas queridos, donde nací, donde conocí a mi primer amigo, donde estudie, donde me hice hombre, donde pase la mayoría de mis últimos segundos, subiendo y bajando El Ávila entre La Guaira y Caracas pasando por Galipán, que flores, que aromas, que tan cerca y tan lejos la siento.
Y una vez fuera del agua, ya no estabas tú en mis cavilaciones, y recordé este verso que una vez más, escribo para ti, desde un lejano punto del universo, donde recuerdo con mucha nostalgia, mi ciudad, mis querencias y tu rostro.
Rigoberto Santaella
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